Cada día es una copia exacta del anterior, la monotonía se hace agotadora y deprimente. No cambia nada, todo es igual y repetitivo. Mismas bromas, mismas canciones, mismas personas vistiendo todas exactamente igual, sin cambia siquiera el color de las prendas. Y todos ellos con unas idénticas sonrisas en sus rostros, como copias salidas de un mismo molde.
El cansancio va en aumento, impidiendo hacer nuevas cosas y sólo permitiendo realizar las mismas actividades diarias. La lucha contra la rutina cada vez es más complicada y va haciendo imposible ser diferente a los demás.
Caminando por la calle cada vez se encuentra con menos diferencias entre sus vecinos. Hasta sus perros caminan y ladran igual. Pasa la mirada por cada persona, buscando una seña de identidad que los distinga unos de otros, pero, desgraciadamente, hasta tienen las mismas pecas en la cara.
Los días siguen pasando y, a pesar de su continua lucha, él empieza a ser como el resto del mundo. Su ropa es igual a la de los demás, su móvil tiene las misma melodías que las de sus compañeros de trabajo. Sus bromas son las mismas que otros había hecho ese mismo día y su risa empieza a ser igual que la de los demás. Poco a poco él también se empieza a convertir en otra copia sacada del mismo molde que los demás. Ya sólo le queda su distintivo color de pelo y su corte irregular.
El tiempo sigue pasando y él ya no se diferencia entre la multitud. Sus movimientos son como los de los demás, ya nada en él es único.
La gente de la calle pasea en la misma dirección y caminando a un ritmo común, sin variaciones en sus movimientos. En cada edificio se escuchan las mismas conversaciones, los mismos chistes y las mismas lecciones. Poco a poco, la sociedad fue amoldando a toda su población hasta convertirlos en sus muñecos a los que transforma como ella quiere.
Finalmente, toda su vida es repetitiva.
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