Alguien me esperaba en el interior de
la oficina. Era un chico moreno, un poco más alto que yo, pero
parecía ser tan musculado como lo estaba yo. Debía de ser otro de
los monitores deportivos de Sport Now. Al verme entrar se acercó a
mi y me sonrió, no voy a negar que desde un primer momento me
pareció que tenía una sonrisa muy bonita, que conseguiría seducir
a cualquiera, antes de empezar a hablarme.
-Hola, ¿eres Nicolás, el nuevo?- me
preguntó el chico con un marcado acento malagueño, por lo que
deduje que él era de la zona.
-Sí, puedes llamarme Nico- le
respondí, sonriéndole levemente-. ¿Y tú quién eres?
-Yo soy Mateo. Soy al que le han
encargado cuidar de ti los primeros días -se rio.
-¿Cuidar de mí?- Alcé una ceja, algo
confuso.
-Claro. Enseñarte todo lo que debes
conocer de aquí. Vamos, soy al que le ha tocado pringar con la tarea
de enseñar al nuevo- se volvió a reír.
-Oye... Yo no soy ninguna carga- le
respondí molesto. Tenía la sensación de que este tipejo no me iba
a caer nada bien.
-Tranquilo, Nico, que es broma. Además,
me encanta enseñar a los nuevos. Bueno... Aparte de que me suele
tocar a mi porque soy el que más años lleva aquí.
Yo simplemente asentí. No me había
gustado nada las confianzas que se daba con tanta broma. Lo seguí
cuando me invitó a hacerlo, recorriendo el lugar y mostrándome
dónde se impartían las distintas actividades, cómo funcionaba todo
y también dónde se encontraba el comedor y el almacén, algo a lo
que solo los trabajadores teníamos acceso, obviamente. La visita y
explicaciones nos llevó hasta la hora de comer, pues Mateo se
enrollaba bastante a la hora de hablar y se paraba a presentarme a
todas las personas con las que se cruzaba.
-En fin. Creo que ya está todo. Si
tienes alguna duda, no dudes en preguntarme- me limité a asentir,
pasaba de darle cancha a que me soltase otro interminable monólogo-.
Tu primer turno es a las cinco. Pero antes de que te vayas, casi se
me olvida algo importante.
Resoplé y giré los ojos. A saber qué
me soltaría el plasta ahora. Al ver mi cara, Mateo comenzó a
reírse.
-Tranquilo, tío, no es otro sermonazo.
Es solo que se me olvidó algo muy importante: Llevarte con el jefe
para que firmes el contrato.
Suspiré, visiblemente aliviado. Seguir
hablando con este pelma me hubiese levantado dolor de cabeza. A decir
verdad, a mí tampoco me acordaba la firma del contrato.
Seguí de nuevo al moreno por los
pasillos de los despachos. Se paró al final del pasillo, en frente
de una puerta con una placa que ponía “señor Sánchez”.
-Bueno, chico. Aquí acaba nuestro
paseo. De verdad, esta vez es así- me sonrió y se fue por donde
habíamos venido. Me quedé unos segundos observándolo, no podía
negar que el tío tenía buen cuerpo.
Agité la cabeza intentando quitarme
esos pensamientos de la cabeza. No era propio de mi quedarme viendo a
un tipejo pelmazo como él. Carraspeé y llamé a la puerta. La
respuesta no tardó en llegar un simple “adelante”. Abrí la
puerta y entré.
-Usted debe de ser Nicolás Garrido,
¿no?- Me preguntó el hombre que estaba sentado detrás del
escritorio de caoba. Antes de responder le eché una rápida mirada.
Para ser alguien que dirigía una empresa deportiva no parecía muy
en forma. Debía de tener cerca de 60 años, con escaso pelo blanco y
unos ojos azules.
-Sí. Puede llamarme Nico, señor
Sánchez.
-Encantado, Nico. Siéntese- obedecí-.
Seré rápido, pues ya hemos discutido todo lo que tenías que
discutir por teléfono. Bienvenido a mi empresa. Supongo que Mateo ya
te ha puesto al día y te ha presentado a todos, ¿no?
-Sí.
-Excelente. Pues solo falta una cosa-
sacó unos papeles del primer cajón y junto a una pluma, me lo
acercó-. Léalo si quiere y firme al acabar.
Leí el contrato, decía lo mismo que
él ya me había explicado. El sueldo era bueno y contaba con
generosas vacaciones, a parte de poder usar el material deportivo o
lúdico para uso personal . Era el mejor contrato que había tenido
nunca. Esperaba que cumpliese con los horarios y no fuera otro
negrero más que explotaba a todos sus trabajadores, como la mitad de
empresarios que había últimamente en España. Firmé y le devolví
la pluma y el contrato.
-Estupendo. Espero que no me defraude,
cuenta con muy buena reputación y excelentes cartas de
recomendación. Disfrute. Ya puede retirarse.
Sonriendo, le estreché la mano antes
de irme. Una cosa era clara, pensaba disfrutar de lo lindo en Málaga.