El chico, como cada semana, se encontraba en frente de las tumbas de sus padres, mirándolas. Su padre había muerto cuando él apenas era un niño y su madre, hacia cerca de un año. Los echaba de menos, a los dos, aunque más a su madre, ella siempre lo había protegido y cuidado.
Desde la muerte de su madre había pasado muchas cosas. Se había enterado de que era mago, toda su vida le había ocultado eso y habían reprimido sus poderes con una especie de sello. Esto lo había descubierto en una carta que había escrito su madre y estaba escondida entre sus cosas. Ese sello que le habían puesto se rompería en caso de que el chico alcanzara la mayoría de edad o, en el peor de los casos, el fallecimiento de sus padres. Desgraciadamente, había recuperado sus poderes con el segundo caso, pero, aún así, el sello no se había roto del todo y no se podía transformar.
El joven mago suspiró y se alejó de las tumbas de sus padres, con su bastón de mago en mano. No se había alejado demasiado cuando percibió que una sombra lo seguía. Al girarse, vio como el que lo vigilaba salía corriendo, no le podía ver la cara pues llevaba capucha. Lo siguió sin vacilar, pero aquel extraño le llevaba ventaja y era más rápido con él. Recordando que llevaba su bastón mágico, lo utilizó para inmovilizar al observador. Cuando este se quedó congelado, corrió de nuevo hacia él.
-¡Tú, encapuchado! ¿Quién eres?- cuando lo tuvo en frente le quitó la capucha y comprobó que era una mujer adulta, no sabría decir que edad aparentaba, sus rasgos ni siquiera parecían humanos.
-Lo diré cuando me descongeles, o mejor lo hago yo- sin inmutarse se deshizo del conjuro del chico.
-¿Si controlas la magia, por qué no lo evitaste y te escapaste?
-Porque necesitaba saber cuánto controlas de magia. Un conjuro congelador no es sencillo de realizar- la mujer le sonrió-. Mi nombre es Sara Arai, soy la directora de una prestigiosa academia para gente como tú.
-¿Una academia para magos?- preguntó el chico dubitativo. En la carta que le había dejado su madre no ponía que existieran sitios como esos, es más, según le explicara en aquellas líneas, cada mago aprendía de sus familiares o por su cuenta a través de libros.
-No sólo magos, sino criaturas de todo tipo: hadas, ángeles, vampiros, licántropos... Incluso algún que otro humano con grandes cualidades.
-Pero... Yo no tengo dinero como para pagar una academia.
-Vengo a ofrecerte una beca. A cambio de que mates por mí. A una demonio que ronda por mi academia.
-Eso no supondría ningún problema, ya que me dedico a matar ese tipo de criaturas.
-Excelente- le tiende la mano-. Ven conmigo, una vez allí, te explicaré cómo puedes matarla.
El chico la cogió de la mano, y la señora Arai los hizo aparecer en la academia.
Hermida se sorprendió al ver aquel lugar. Los edificios eran de gran tamaño y los jardines eran espectaculares. Diversos alumnos uniformados caminaban o hacia magia por el patio de la academia. Al mago, ese lugar, le encantaba, podría hacer magia sin preocuparse por quién podría pillarlo.
-Señor Owen, bienvenido a mi academia. Empezarás las clases mañana mismo- lo mira-. Tus cosas están ya en tu dormitorio. Te encargarás de esta chica- le entrega una carpeta con la información de la demonio a la que tenía que matar-. Tienes una clase de entrenamiento físico en común con ella, aprovecha esa clase para matarla. Yo me encargaré de marcarlo como un accidente.
La mujer se aleja y deja al chico sólo, con la información de la chica en las manos. Lee la información, por lo que ponía en las fichas, aquel asesinato sería sencillo.
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