viernes, 1 de agosto de 2014

10: Libre

A su paso iban quedando cuerpos dañados, aunque estaba cabreado no era necesario matar, sin embargo, siempre estaba bien dar algún que otro bocado para poder alimentarse un poco. Sólo deseaba que su chica siguiera con vida, y que sobre todo que no hubiera perdido la cordura, era bastante difícil traerla de vuelta, aunque él, a diferencia del resto, siempre había sido capaz de lograrlo.
Llegó a la puerta que le habían indicado, supuestamente detrás de ella se encontraba Sam. Esperaba que así fuera, sino, alguien iba a morir por ello.
La puerta estaba cerrada con llave, y obviamente él no la tenía. No le quedaba otra que derribarla. Tomó carrerilla y la golpeó con su cuerpo, más no se abría. Probó un par de veces más hasta que la puerta cedió y se abrió por el golpe, la cerradura había reventado.
Sin llegar a entrar una mano lo agarró del cuello, ahogándolo. Conocía el tacto de aquella suave mano, era la de Samantha, su novia. Gruñó, si ella lo había cogido de aquella forma sólo quería decir que había perdido su cordura. La chica lo pegó a la pared. Su cuerpo estaba lleno de marcas y estaba tan delgada que se notaban sus huesos, verla de esa forma le partía el corazón. Cada vez odiaba más a su madre. ¿Cómo había sido capaz de hacerle aquello a alguien tan dulce como ella? Los ojos de la joven eran del color de la sangre, su cara reflejaba la mismísima locura. Necesitaba recuperarla cuanto antes.
-¿Quién cojones eres? ¿Tú también vienes a torturarme?- la voz de Sam era dura y fría como el hielo. Se notaba lo mal que lo debía haber pasado.
-Soy tu novio- contestó con una voz dulce y suave, intentando tranquilizarla.
-¡Ja! ¡Qué gracioso! Yo no tengo novio.
-Si lo tienes, y soy yo- se acercó a la cara de ella, ignorando la presión que sentía en su cuello y la besó suavemente.
La chica no tardó en separarse y golpearle. Él sólo se defendía, no podía ni quería dañarla ya más de lo que estaba, eso no era como en sus entrenamientos, ni siquiera era su diablilla.
-¡¿Pero qué haces?!- gritó, cabreada, tras darle una patada sobre el abdomen y un puñetazo que le rompió el labio a Taku.
Él le sonrió, como si ella fuera la de siempre, ignorando los ataques que recibía.
-Sam, soy Taku, tu novio- esbozó una amplia sonrisa-. Te quiero, amor.
-¿Pero de qué hablas? ¿Estás loco?- ella seguía sin dar su brazo a torcer.
El vampiro se fue acercando a ella, mientras que la demonio iba caminando hacia atrás, separándose de él. Taku la abrazó y volvió a besarla. En esta ocasión ella correspondió al dulce beso de su novio. Al ver que se dejaba, la pegó aún más a él.
Tras un minuto, se separó de él y se llevó las manos a la cabeza, de sus ojos caían lágrimas, que mojaban sus manchadas mejillas. Empezó a balbucear palabras sueltas.
-Taku... Novio... Vampiro... Amor... Te quiero...
-Y yo a ti cielo- se río, nervioso y alegre por haberla recuperado. Volvió a rodearla con los brazos y le besó el cuello-. Oye... Amor, tengo hambre. ¿Puedo?
-Serás idiota... Sabes que no puedo negarme ni en este estado- se ríe y se pega a él, temblando-. Pero estoy demasiado débil.
-Era broma, mi amor.
Ambos se rieron y abrazaron de nuevo, fundiéndose en un beso, dando un poco de alegría a aquella celda fría y oscura.
A pesar de que él no era el que había estado encerrado durante aquellas semanas, al fin se sentía libre.

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