Los días seguían pasando y no encontraba a Samy por ninguna parte que recordase que soliera frecuentar su chica. Tampoco había rastro de su olor o su presencia. Su madre sabía como hacer desaparecer a la gente y que ésta sólo pudiera ser encontrada si ella lo deseaba. Había registrado cada rincón de la casa familiar, pero el resultado era el mismo.
Empezaba a estar harto de que nadie supiera darle una respuesta acerca del paradero de la joven demonio. ¿Cómo podía ser que nadie la hubiera visto en estes últimos días? Eso era algo imposible, aunque al parecer, eso no era así.
El problema de estar sin ella, a parte de esa soledad que sentía, era que tenía que alimentarse de otras chicas. Y, para su desgracia, la cantidad de sangre que tenía que tomar para alimentarse era mayor de la que tomaría si fuera la de Sam. Esto era debido a que el poder que le daba la sangre de la diablilla era mayor que el del resto de ellas y, después de llevar meses mordiéndola sólo a ella, su cuerpo se había acostumbrado a recibir una mínima cantidad de energía.
Tras unas cuantas horas de búsqueda sin éxito, se sienta en un banco de un parque. Cierra los ojos, mientras un recuerdo le viene a la cabeza.
Taku estaba tranquilo por uno de los jardines de la academia de su madre, mirando a una chica, sonriendo, se acerca a ella y la besa.
-Sam, te amo.
- Y yo a ti también, amor- dijo ella tras responderle al beso.
Sam lo abrazó y le sonrió, mientras, Taku comenzó a darle varios besos en el cuello y morderle el lóbulo de la oreja, de una forma juguetona.
-Amor... No me muerdas la oreja...- le dijo, sonrojada, tras reírse de forma divertida.
-¿Por?
-Ya sabes porqué.
Vuelven a besarse durante un rato. Seguían abrazados en medio del jardín de su academia, felices por tenerse mutuamente, sin importarles el resto.
Suspira. Echaba de menos no tener con él a su novia. Pero más echaba de menos poder besarla y morderle la oreja como a ella tanto le gustaba. Empezaba a estar cansado...
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