Ya habían pasado varias semanas desde que Hermi se instalara en el hogar de Iris. La relación de ambos había mejorado, pasando de ser simples desconocidos a ardientes amantes. El joven ya casi había olvidado el motivo por el cual había ido junto a la chica, ya ni pensaba en la joven a la que amaba, solo podía pensar en Iris y en lo que deseaba que sus cuerpos se juntasen.
Los sirvientes se había acostumbrado a tener al nuevo inquilino, incluso al nuevo alboroto que había aparecido tras la fugaz relación de los dos magos.
Hermi se encontraba dándose un baño, tranquilo metido en el agua caliente y con espuma, relajándose tras un largo día de exploración. Adoraba investigar aquel maravilloso lugar en el que se encontraba, no solo por la grata compañía, sino por la belleza del lugar. Enjabonaba su cuerpo cuando alguien abrió la puerta del baño y entró.
-Iris, ¿qué haces aquí?- Preguntó él sorprendido por verla allí.
La chica, sonriendo y sin responder, se quitó la bata de seda que llevaba sobre su cuerpo desnudo, a dejo resbalar y caer lentamente sobre su piel. Hermi la miraba embobado, sin ser capaz de reaccionar. La joven se metió en la bañera y pegó su cuerpo al del chico y comenzó a besarlo. El chico siguió el beso con ganas y no tardó en jugar con la lengua de Iris. Sus manos se movían rápidas por sus cuerpos, acariciándose y abrazándose. Los labios de Hermi besaban la delicada piel del cuello de la hechicera, haciendo que su respiración fuera más rápida.
Al rato llevaron su juego al dormitorio. Iris se agarraba con fuerza a las sábanas que cubrían la cama, mientras sus suspiros resonaban toda la habitación. Hermi, sobre ella, besaba y acariciaba cada milímetro de su piel, parándose más en el pecho de su amante, Separándose ligeramente, miró como el pecho de la chica se movía a causa de su rápida respiración y su pulso acelerado. Sonriendo, la penetró lentamente y empezó a moverse sobre ella.
Las manos de Iris comenzaba a bajar por la espalda del chico, mientras sus uñas se clavaban en su piel. Sus cuerpos sudorosos se pegaban cada vez más. Los besos eran cada vez más intensos, no solo en los labios, sino en cada parte del cuerpo. Sus respiraciones se hacían una mientras sonaban sus gemidos por todo el lugar. El ritmo de sus movimientos cambiaba, en busca del placer, la profundidad de las penetraciones se adaptaba al deseo de Iris.
Exhaustos se abrazaban con una sonrisa en el rostro. Hermi se encontraba feliz en aquel lugar, sin misiones, sin obligaciones y sin una horrible directora que le obligase a atacar a personas que le gustaban. De pronto, el chico, se acordó del motivo por el cual estaba allí. Miró a Iris que sonreía entre sus brazos y, suspirando, decidió contarle la verdad.
-Iris, tenemos que hablar...
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