jueves, 9 de julio de 2015

Dejar atrás un lugar llamado IES A Paralaia

 Hace ocho años entré, con bastante miedo, en el instituto que me tocaba por pertenecer a un determinado colegio. Ese instituto, tan grande y extraño para mi, era el IES A Paralaia.
Aquel día de septiembre posé por primera vez mies pies sobre las baldosas de una de las aulas de aquel desconocido edificio. Cohibida, miré a las pocas personas que conocía, el resto me asustaba, socializar nunca había sido lo mío. Junto a una vieja amiga busqué un pupitre libre al final del aula, aunque era pequeña y apenas tenía dos filas. Al llegar el tutor nos cambió de sitio, por socializar, y me sentó con una persona que no conocía. Por fortuna, poco a poco fui conociendo a mis nuevos compañeros, algunos de ellos, con le tiempo, serían con los que más me llevaría y en los que más confiaría.
De ese primer día ya han pasado casi diez años. A pesar de un par de malos recuerdos, de burlas recibidas por no ser como los demás, en aquel centro educativo ha sido donde, hasta el momento, he pasado los mejores momentos de mi vida y ahora, con nostalgia, escribo estas líneas.
Han sido varios los profesores que me han educado, no solo intelectualmente sino también moralmente. Ellos me han enseñado a ser más fuerte, a tener mayor confianza en mi misma y a luchar por mis sueños.
Ahora, en esta tarde de verano, a punto de ponerse el sol, dejo vagar mi mente por los pasillos de aquel edificio: miro con nostalgia los rostros de mis compañeros, sonrío a los fantásticos conserjes que tenemos y presto mi atención, aunque en ocasiones no sea fácil, a lo que están diciendo los profesores.
Con el tiempo he aprendido que incluso las asignaturas que más aborrecía me han enseñado algo.
De mi profesora de ética, ciudadanía y filosofía he aprendido a valorar y a apreciar el poder del conocimiento y de que nunca hay que dejar de sorprenderse por las pequeñas cosas. De ella también aprendí a ser mejor persona, a ayudar a los que lo necesiten y a dejar que me ayuden pero, lo siento profe, para eso aún me faltan un par de clases.
Por los profesores de francés me acabé enamorando  de un bello país y una hermosa lengua.
Con los profesores de educación física aprendí lo importante que es el deporte, aunque seamos sinceros, sigo siendo muy perezosa.
Gracias a los profesores de mis ambas lenguas maternas, el gallego y el castellano, comprendí el gran poder que se puede mostrar con unas pocas palabras. También, gracias a ellos, me aficioné a la escritura, aunque debo aún mejorarla, y consiguieron que amara aún más la lectura.
Con la profesora de ciencias para el mundo contemporáneo choqué de lleno con la cruda realidad y me hizo comprender lo bien que estoy yo realmente y lo destruido que está el mundo por culpa de unos pocos. Ella me enseñó algunas cosas y formas de mejorar mi entorno y a valorar lo que tenemos y, como no, a odiar a Monsanto.
Los profesores de biología consiguieron que sintiera curiosidad por todo lo que me rodea y que aprendiera como funciona el mundo.
Los profesores de sociales e historia me mostraron cómo era el mundo antes de que yo existiera. Es bueno conocer la historia para poder imaginar cómo será nuestro futuro.
Los profesores de plástica y música cultivaron mi interés por las artes.
Con los profesores de matemáticas descubrí lo difícil que puede llegar a dos.
Los profesores de física y química me mostraron la magia que se puede llegar a crear con un par de sustancias y la forma en que se mueven los objetos.
Con los profesores de tecnología e informática comprendí que lo mío no era estar entre cables.
De los profesores de inglés aprendí que no a todos se le da bien este idioma.
El profesor de religión me enseñó a respetar las otras religiones y culturas.
Y ahora yo, con mis humildes letras, quiero agradecerles a mis profesores y compañeros todo lo que aprendí a su lado en estos ocho años y agradecerles también toda la ayuda y apoyo que me dieron durante todo ese tiempo.
A pesar de que me vaya de ese lugar, sé que su recuerdo permanecerá intacto.

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